Los miles de restos óseos desenterrados corresponden mayoritariamente a animales carnívoros de la Era Terciaria. Hay un conjunto faunístico muy amplio conformado por tortugas gigantes, mastodontes y jirafas gigantes con ejemplares completos, y más de once especies de carnívoros, aves e insectívoros. Según los científicos que trabajan cada temporada de verano en el Cerro de los Batallones, estas acumulaciones de restos óseos se deben a la existencia de cavidades naturales en el subsuelo, que actuaron como verdaderas trampas naturales: los animales que se atrevían a entrar en ellas, casi todos carnívoros, quedaban atrapados sin poder salir al exterior. El yacimiento fue descubierto casualmente en 1991. Desde el año 2000 la Comunidad de Madrid, en colaboración con el Museo de Ciencias Naturales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, lleva a cabo una intensa labor científica en este lugar.